MI ESPEJO

Es curioso cómo los nietos nos repetimos especulares en nuestros abuelos.

Me miro en el espejo de la foto de mi abuelo Luis Vallejo Morente de 1936.


La mirada tras la máscara de la timidez.
El modelado de la nariz, mi nariz.
La sonrisa esquiva y apenas apuntada.
La posición del su-mi cuerpo contra la pared.
Esa propensión a esconder una mano, en un bolsillo, detrás.
La milimétrica escultura de su otra mano y la mía.

El hoyuelo de su barba que yo tapo con canas me llena de un repelo cuando miro esta foto y no veo a mi abuelo. Porque casi me reconozco aquel día en Cádiz de 1936, cuando en el Segundo Batallón de Cádiz mi abuelo se hizo en plena mili de entonces, esta fotografía.

Días después le dieron permiso en aquel verano de 1936 y llegó a Porcuna con esta foto para su madre.
Durante aquel permiso terrible de ese mes estalló una guerra que no hemos entendido aún muy bien.

Aquel mes, aquel joven, lejos de Cádiz, de su Batallón, en uno de los lados de la guerra, fue inmediatamente mandado desde Porcuna a Madrid, para defender Madrid, mientras precisamente su Batallón, al otro lado de todas las injusticias, se acercaba, a través de Córdoba, hacia Lopera y Porcuna.
La batalla de Lopera y la Toma de Porcuna en enero de 1937 lo pilló lejos. Menos mal. Pienso ahora en lo terrible que tiene que ser ocupar tu pueblo. Aquellas boinas rojas del Teniente Coronel Redondo. Mi abuelo se salvó por lo menos de la batalla de Lopera, donde niños como él, internacionales de toda Europa, fueron masacrados.

Conservo esta foto y esa sensación de ese otro cuerpo donde reconozco al mio propio; pero también otras sensaciones que me transmite la mirada, como devuelta a la mía. Un mensaje de esperanza, como si mi abuelo, en mi viviera, o él hubiera vivido por mi tres años espantosos de tiros y luego la rendición incondicional a un orden que yo no he entendido, ni él; ni nadie.

Reconozco su enorme valía y su mansedumbre. Aquella cuando nos recibía y nos abrazaba en plena calle.
O aquella otra frase entrecortada cuando yo me negaba a comer el arroz y entonces me decía: En la guerra si que pasamos hambre y me contaba que bebían, en Madrid, leche de burra; mientras una niebla gris surcaba su mirada en la línea de fuego de todas esas batallas horribles a las que lo mandaron sin remedio.

Ahora, que escribo sobre esa guerra, me miro en la foto y soy yo, su nieto: Luis E. Vallejo

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