LA LEYENDA DE LOS PASTORES Y LA VIRGEN DE ALHARILLA. HACE 768 AÑOS
Ilustración: José María Recuerda
Texto: Luis E. Vallejo
LEYENDAS DE PORCUNA:
LA LEYENDA DE LOS PASTORES Y LA VIRGEN DE
ALHARILLA. 1248.
INTRODUCCIÓN:
La
leyenda de la aparición de la Virgen a unos pastores en Alharilla es una más de
las leyendas medievales en torno a la reconquista, muy populares de este
momento histórico. El encuentro casual a veces de esculturas, enterradas y
protegidas, junto con la aparición milagrosa a unos pastores, forman el
compendio popular que más historias ha dado en toda la geografía española. Esta
es, una más de estas manifestaciones tan importantes para las ciudades
circundantes a la Aldea de Alharilla.
Hace alrededor de 768 años…:
Hubo un tiempo de culto antiguo y
cristiano, desde que el imperio romano adoptó como buena la fe de Cristo, que
él mismo había perseguido con dureza y con mártires.
Hubo por donde el monte de la cabra mocha
baja ya directa hacia la dehesa del llano, desde Obolcón, y aún antes desde la
vieja Obvlco, un núcleo de población, allí mismo cuando el mundo muerto del
imperio romano se llenó de aquellos guerreros, venidos del más allá de los
Pirineos, por la vía Augusta transportados, con reyes arrianos que pronto
adoptaron la fe católica.
Hubo una comunidad, de bellas placas de barro
cocido, revestidas de inscripciones latinas y palmas de hojas y estrellas de
cinco puntas. Un barrio o quizás un
suburbio de la Obvlco perdida en su edad y abandonada en su mayor parte por los
que luego vinieron desde África.
Donde quizás -durante algunos siglos- se
siguiera permitiendo a ciertas comunidades conservar sus creencias cristianas o
judías etc. Las transformaciones de Al-Ándalus a partir del s. XI hizo que la
intransigencia cultural y religiosa se instalara. A veces las persecuciones y
las enemistades hacen que de forma
apresurada se guarden los antiguos signos e imágenes.
Llegamos aquí al tiempo de esta historia,
hacia 1240 de Fernando III el Santo, en que la tierra de Bulkuna y sus antiguas
columnas arruinadas fueron bendecidas y desde entonces cedidas para su gestión
a la Orden de Calatrava y luego la comunidad del Priorato de San Benito y esta
siguiente época, plagada de colonos venidos del centro y norte.
Y la historia de nuevo, como tierra
amasada, se nos revuelve en el antes y el después, y en un solo delirio. Tras un periodo de dioses desconocidos, ahora
encuentran su vuelta el reconocimiento y la paz de Cristo y su madre, sin
pecado. Una madre que ya ellos conocían; porque eran numerosas las figuras
aparecidas de una antigüedad -sin nombre ni tiempo- que entre sus manos, movían
y encontraban en sus huertas; esas pequeñas figuras femeninas de barro con
manto, de damas con toca y con mitra y a veces esas figuras con silbato abajo
también de damas diosas o vírgenes.
Esta historia comienza con una tormenta
que, de improviso, en el mes de marzo, se desató cuando los rebaños de dos
pastores repobladores nuevos en esas tierras: Antón Frontón y Pero Esteban,
ambos de Soria, se tuvieron que guarecer en sus chozas del llano, ante las
nubes oscuras con vientos huracanados.
En un momento del atardecer el cielo se
abría espantoso y un enorme rayo cayó en uno de los límites del llano, justo en
una elevación, en el camino hacia Porcuna. Allí se alzaba un majano de piedras
enorme donde vivía una gran encina, rodeada de olivos, chaparros y romeros en
flor. El rayo provocó una explosión enorme, y las piedras parecieron volar por
los alrededores. El fuego producido asustó enormemente a los pastores, que agotados, en sus chozas, se quedaron dormidos.
Pasaba la noche entre el estupor del cielo
y la lluvia con sus ríos caudalosos hacia el llano, inundado y rebosado por sus
arroyos. Y, entre el estruendo, aquellos pastores nuevos, venidos de tan lejos,
aquel año del señor de 1245 o quizás 1248, pudieron oír entre sueños, la voz
fuerte de una mujer que en el horizonte alzó sus palabras: “He aquí la madre de
Dios”, mientras una luz cegadora salía de aquel lugar del rayo y la encina,
elevado.
Por la mañana, ambos pastores no sabían si
aquellos hechos, aquella voz, había sido realidad. Contemplaron los restos de
la tormenta y aquella cercana elevación junto al camino de Porcuna, donde se
encontraban aún los restos del enorme rayo caído.
Antón y Pero en su limbo, aún tumbados,
volvieron en su memoria a escuchar – o recordaron- aquella voz piadosa y joven;
aquella mujer vestida, con su niño en los brazos, que les susurraba ahora, otra
vez: “HE aquí la Madre de Dios” como el viento lo hace con las ramas. Primero
fueron frases cortas, ininteligibles; luego, los susurros se convirtieron en
imágenes, en paisajes, en nubes. Pero y Antón abrían los ojos y se levantaban,
sumisos y tranquilos, rodeados de sus perros mansos y sabedores que sin ladrar
buscaban el amparo de sus piernas fuertes. Habían escuchado aquellas frases sin
entenderlas. Solo ahora, mientras se miraban, pudieron, oírlas, repetidas con
precisión: Era el 25 de Marzo de hacia 1248.
Subieron apresurados al encuentro de
aquella elevación, no sin temor. Entre los restos de aquella explosión,
encontraron las piedras de aquel majano –que siempre estuvieron ordenadas y
componiendo un murete homogéneo- ahora
revueltas y voladas por muchos metros.
Alrededor de los restos oscuros de la
encina y resto de arboleda, encontraron, Pero y Antón, aquella figura que con
un brillo especial, entre la espesura umbría de la encina arruinada, era
iluminada su túnica con puntitos vaporosos y fúlgidos del sol; de pequeñas
chispas que parecían mantener a aquella dama flotando y bella, sumida en su
mensaje. Aquella figura renegrida y oscura, como salida de las entrañas de la
tierra y abierta por la tormenta aquella.
Cuenta la leyenda que aquellas palabras
mágicas de la Virgen, volvieron a rondar la mente de los pastores que,
inmediatamente dieron parte a las autoridades y a todos, del encuentro de aquella
imagen enigmática; y de los sucesos de aquella noche, extraordinarios.
Desde entonces, el mes de Marzo, el 25, el
día de la Virgen de La Encarnación, quedó para siempre ligada a la tormenta y hacia
aquella imagen (quizás guardada siglos antes), que volvía -en el suburbio de
Obvlco-, a lucir con la luz de la fe sagrada: la diosa madre ancestral, en su llano: el llano de Alharilla.